“Cuando llorar está prohibido, la productividad se cae: la otra cara de la cultura laboral”

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Reprimir las lágrimas tiene un precio… y las organizaciones también lo pagan

Durante años, nos enseñaron a contener lo que sentíamos. A callar el llanto. A tragar la angustia. A mostrar fortaleza, aunque por dentro estuviéramos rotas. Nos dijeron que llorar era signo de debilidad, que había que aguantar, seguir, no mostrar vulnerabilidad. Que si llorabas, era demostrar que no eras capaz.

Pero la verdad es otra: llorar no nos quiebra. Nos libera. Nos equilibra. Nos devuelve al centro.

Las lágrimas no son un signo de fragilidad, sino un mecanismo profundo de autorregulación emocional. Son una de las formas más puras en las que el cuerpo nos ayuda a procesar lo que sentimos. Llorar no es un error del sistema: es parte del sistema. Una respuesta biológica, emocional y profundamente humana que nos permite aflojar tensiones, liberar el estrés acumulado y volver a nuestro eje interno.

El impacto oculto en los entornos laborales

Cuando reprimimos el llanto, no solo estamos tensando el cuerpo y el alma: también estamos afectando el rendimiento, las relaciones laborales y la cultura de los equipos. Porque esa emoción que no expresamos no desaparece: se acumula, se disfraza y se filtra en la comunicación, en los vínculos y en los resultados.

Líderes que no se permiten mostrar vulnerabilidad, replican equipos desconectados.
Personas que no pueden expresar su estado emocional, entran en automático, se desmotivan, se apagan.
Organizaciones que no habilitan espacios de expresión emocional, enfrentan altos niveles de estrés, rotación y mal clima.

El costo de callar emociones se paga con productividad, compromiso y salud organizacional.

El mito de que llorar es «ser débil»

En muchas culturas y especialmente en entornos profesionales, se espera que seamos “fuertes”, “objetivos”, “profesionales”. Que sigamos adelante, que no “dramaticemos”. Que dejemos las emociones en casa, como si eso fuera posible. Pero esa narrativa distorsionó algo esencial: la sensibilidad no es debilidad. Es humanidad. Y también es una competencia clave para el liderazgo emocional.

Llorar es un acto de valentía emocional. Implica registrar lo que nos pasa, conectar con nuestra vulnerabilidad y permitir que esa emoción se exprese sin máscaras. Y sí: muchas veces nos sentimos culpables por llorar. Pero, ¿cuántas veces, después de hacerlo, sentiste un alivio profundo, incluso claridad?

Ese alivio tiene una base científica.

¿Qué dice la ciencia sobre llorar?

El neurocientífico William Frey descubrió que las lágrimas emocionales contienen hormonas del estrés como el cortisol. Es decir, al llorar, el cuerpo libera estas sustancias. Por eso, después de llorar, solemos sentirnos más livianas, tranquilas, más en eje. No es debilidad: es biología emocional en acción.

Por su parte, Bessel Van Der Kolk, psiquiatra y autor de “El cuerpo lleva la cuenta”, demostró cómo las emociones reprimidas se almacenan en el cuerpo. Se transforman en síntomas físicos, contracturas, insomnio, hiperalerta, incluso en enfermedades crónicas. Lo que no decimos… lo decimos igual, pero con el cuerpo.

Y en el mundo profesional, esto no es menor: empleados tensos, agotados o emocionalmente reprimidos no rinden igual. No se relacionan igual. No innovan igual. Y no se sostienen en el tiempo.

¿Qué pasa cuando evitamos llorar o expresar lo que sentimos?

El cuerpo lo grita: dolores, tensiones, agotamiento.
La mente se agota: ansiedad, irritabilidad, sensación de estar desbordada.
La emoción se transforma: enojo contenido, frialdad, falta de motivación.
Los vínculos se enfrían: se pierde la confianza, la cercanía, el sentido de pertenencia.

Reprimir las lágrimas no nos hace más fuertes. Nos hace más rígidos, más desconectados… y muchas veces, más enfermos.

¿Qué tiene que ver esto con tu cultura laboral? Todo.

Una organización que no habilita lo emocional, tarde o temprano, lo paga: con ausentismo, con rotación, con burnout, con equipos que «hacen lo que tienen que hacer» pero sin alma, sin iniciativa, sin compromiso real.

Llorar también es sanar. Y crear espacios donde las personas puedan sentir sin ser juzgadas, también es construir cultura.

Hay una sabiduría profunda en el llanto. Las lágrimas limpian. Pero no solo los ojos. Limpian por dentro. Es como si con cada lágrima soltáramos un poco de ese nudo interno que llevamos apretado en el pecho. Como si llorar nos diera permiso para ablandar el corazón, para reencontrarnos con lo que sentimos, para dejar de pelear con nuestras emociones.

Y sí, a veces se llora de tristeza. Pero también de gratitud, de alivio, de ternura, de agotamiento. El llanto no es solo dolor: es sensibilidad activa. Es conexión con algo que merece ser sentido.

¿Qué cultura querés construir en tu espacio profesional?

Educar en que la sensibilidad no solo es deseable: es imprescindible para liderar con conciencia. En los vínculos, en los equipos, en el ámbito profesional, necesitamos más espacios donde se pueda llorar, hablar, aflojar… para después rearmarse desde un lugar más genuino.

Cada emoción no expresada es una oportunidad perdida para mejorar, conectar y crecer.

Llorar también es una forma de autocuidado emocional.
Y en esa pausa, muchas veces, nace la claridad que necesitamos para actuar con más coherencia y fuerza.


Entonces…

¿Tu espacio profesional permite sentir, o solo producir?
¿Tu equipo tiene permiso para expresar cómo está, o solo para rendir?
¿Estás liderando desde el control, o desde la conexión?
¿Qué emociones están siendo negadas hoy… y cuánto te están costando?

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Acerca de Nexa

En Nexa Consultora, impulsamos transformaciones profundas en las organizaciones, conectando las emociones con un liderazgo consciente para crear culturas laborales más humanas y efectivas.

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